Perseguido

Estaban a punto de apresarlo y él al borde de un acantilado. Decidir, siempre había sido su punto débil. Ahora tan solo tenía unos segundos para hacerlo. Podía sentir el aliento de sus perseguidores en la nuca a pesar de que aún se encontraban a unos metros de distancia. Lo presionaban, lo aceleraban, lo ponían nervioso, lo hacían temblar y le oprimían los pulmones hasta el punto de casi hacerle perder el conocimiento por falta de oxígeno.
Al borde de aquel acantilado todo parecía anecdótico. Sus enfados. Su trabajo. Sus obligaciones. Su vida. Su...Absolutamente todo. Ahora era a vida o muerte, un juego poco familiar. No cabía revancha, no había una segunda oportunidad.
¿Pero quién lo perseguía? ¿Por qué?
Eran sus pesadillas, sus miedos. Eran sus oportunidades perdidas. Esas veces que por timidez no se atrevió. Todas esas cosas que dejó de hacer por ser vago, por tener cosas más fáciles que hacer. Sus distracciones. Sus sueños frustrados. Eran todo eso que lo hundía. El ancla de su tobillo.
Saltar o quedarse y dejar que lo consuman. Están a solo unos centímetros. Casi lo están tocando. Se paraliza. Cierra los ojos y se tira al suelo. Se hace un ovillo. No sabe qué hacer.

A.

"Escribe sobre nosotros"

Me gustan los tejados. Ver el mundo desde arriba. Verlo todo como si yo no fuese parte de esto y sentirme enano ante lo que me rodea.
Pasear mirando a la gente e imaginando cómo ha sido su día, qué pueden estar pensando, lo que quizás están sintiendo.
Detenerme un momento y pensar en cuánta gente estará riendo en ese instante, cuántas personas estarán llorando, cuántas se estarán enamorando.
El amor, el mejor sentimiento que tenemos los seres humanos. Nos da una de las mayores felicidades, pero también es el que nos destruye. Es un equilibrio, si recibes algo bueno luego recibirás algo que no lo es tanto. Nadie está condenado a ser eternamente feliz.
¿Pero por qué querríamos ser felices siempre? Somos tan egoístas que es lo que queremos: felicidad eterna. Muchas veces esta ambición es la que nos destruye, no disfrutamos de los momentos "breves" de felicidad porque no nos bastan, queremos siempre más.
A veces la felicidad se encuentra en los pocos minutos que dura una canción o en un cruce de miradas, en la sonrisa de una persona para la cual ni si quiera existimos, en tener nuestra comida favorita en la mesa al llegar a casa, puede incluso ser la felicidad de haber visto el amanecer, un "buenos días" de cortesía de alguien en una cafetería.
Yo no me creo mejor que el resto, también ambiciono la felicidad infinita. Pero soy consciente de que es imposible.
Trato de disfrutar de las pequeñas felicidades de cada día, aunque parecen pocas y siempre quiero más.
Es estúpido el hecho de poner pegas a todo, hay que dejarse llevar. Si quieres decirle algo a alguien, ¿para qué esperar a que la otra persona hable primero? Demos el paso. Traguémonos ese pequeño orgullo, que no engorda, y hagamos lo que realmente queramos. Nos juzgarán haciéndolo o no, y puede que mañana sea demasiado tarde. No hay motivo para dar lugar al arrepentimiento. Actuemos, asumiendo que lo que hoy nos da la felicidad mañana será, quizás, el ancla atada a nuestros tobillos que nos hundirá. Pero tarde o temprano aprendemos a nadar incluso con ese peso tirando de nosotros hacia abajo y emergemos para llenar nuestros pulmones con aire nuevo. Volver a respirar y disfrutar de nuevo de todas esas cosas que ayer nos hicieron ser un poco más felices.

Para María, de A.

Noche en un bar

Había salido como cada viernes noche. Solo con la compañía de su cazadora de cuero y su moto.
Llevaba hora y media en aquel bar sentado en la barra. La copa medio llena aún. Observador. La gente se divertía, jugaba al billar, bailaba a ritmo de rock and roll y jazz o contaba anécdotas. Le gustaba aquel ambiente, se sentía arropado.
Sam, la camarera, le invitó a una última copa de aquel licor que tanto le gustaba. "Chico, hoy te ves más solo que nunca" fue el único comentario que hizo antes de servirle la copa.
Había ido a aquel lugar cada viernes desde hacía un año y, aunque había confianza, esta se había creado a base de miradas y pocas palabras.
Acabó con el contenido de tres largos tragos, pagó, se colocó la cazadora sobre los hombros y salió del local.
Una noche agradable. Sacó un cigarrillo y lo prendió. Se sentó en un banco justo fuera del local y miró al cielo. Lo miraba todos los días y, sin embargo, nunca era el mismo. Se sentía insignificante ante todos aquellos astros colgados allá arriba.
Sam salió en ese momento del bar y se quedó mirándolo un rato. Veía en sus ojos un brillo que no había visto antes. Era la mirada de un soñador, de un ser libre, intocable, inalcanzable. Se colocó el pelo y sacó un cigarrillo.
-¡Eh alma libre! ¿Tienes fuego?
Sonrió, introdujo la mano en el bolsillo y sacó el encendedor. Acercó la llama al cigarrillo que sostenían los labios de Sam.
-¿Puedo hacerte compañía esta noche? A veces hasta las almas más solitarias necesitan un rato para recordar que no están tan solas como piensan.
Asintió y se hizo a un lado, dejando hueco en el banco para que Sam se sentase allí junto a él. Ahora que la miraba bien era hermosa. Tenía el cabello rizado y desordenado. La piel clara y los ojos azabaches. El cigarrillo estaba manchado de carmín. No se dio cuenta del examen que le estaba haciendo, pero Sam si se percató.
-¿Te gusta lo que ves? - dijo sonriendo - Te voy a ser sincera, llevo colada por ti desde el primer día que entraste por la puerta del bar. Desde ese viernes. El chico malo, un lobo solitario. - Hace una pausa y sonríe de nuevo - Soy estúpida. Desde el primer momento supe que eras de ese tipo de personas, de las que les gusta la soledad y ser libres. No sé ni por qué te estoy contando todo esto.
-Sam, ¿qué te hace pensar que soy así? Es decir, no me conoces más de lo que yo te conozco a ti. Tan solo soy un cliente que viene cada viernes a tu bar, a beber, tan solo soy un loco que viene cada noche al comenzar el fin de semana a verte.
Hay un silencio. Sam mira al frente, pero él la mira a ella.
-Sam...
-No me lo esperaba. No me esperaba esto, ha sido...chocante.
-Me gustas. Y sé que te gusto.
-Y entonces, ¿a qué estás esperando? ¿Por qué en todo este tiempo...?
-No te convengo. Hay algo en lo que no te has equivocado: soy un alma libre.
-Me da igual, no pensaba atarte. Lo entiendo y lo acepto. Tan solo te pido que me permitas arroparte unas horas. Ser inmortales juntos durante una noche.
-Entonces no sé qué hacemos perdiendo el tiempo aquí sentados. La noche tan solo acaba de comenzar y las estrellas han salido a saludarnos. Aprovechemos este momento, esta noche. ¿Qué me dices?
-Solos tú y yo. Vamos.

A.

La hoja de plata

Pies helados, escribo desde la cama mientras intento entrar en calor. A modo de grito mis dedos se mueven sobre las teclas. Me hago preguntas, me bombardeo a ellas. Quizás soy injusto conmigo mismo.
No encuentro la salida. Camino en círculos. Al final, al fondo hay una puerta. Como exhausto me dejo caer sobre ella para que el peso de mi cuerpo sea el que la abra. Avanzo. Sigo avanzando. Pasan las habitaciones, los espacios, pero son monótonos, no cambian. Las mismas paredes blancas, luminosas y la misma nada en cada lugar. Vacío. Todo está vacío.
¿Dónde estoy? ¿Qué es aquel lugar? Empiezo a correr y a abrir más puertas. Una tras otra me llevan a más y más habitaciones blancas y vacuas. Freno en seco y tomo aire, luego continuo. Vacío. Vacío. Vacío. Una mesa. Vacío. ¡Espera! ¿Una mesa? Doy la vuelta y efectivamente, aquella habitación es idéntica a las otras. Blanca, espaciosa, luminosa. Pero no está vacía, allí hay una mesa blanca que casi pasa desapercibida al fundirse con las paredes.
Me acerco a ella, hay algo envuelto en una toalla. Me tiembla el pulso. Se acelera la respiración y mis pulsaciones hacen que el corazón golpee contra el pecho con fuerza. Extiendo mi mano para alcanzar lo que se esconde bajo aquella toalla. Giro el blanco paño y, bajo él, descubro un cuchillo de plata. Precioso, como hecho por los dioses. El mango de esmeraldas simula la cola de un escorpión. La hoja está grabada en alguna lengua muerta: "Tempus est".
Una respiración en mi nuca. Se hiela mi sangre. Permanezco inmóvil. Unas manos finas, pequeñas se deslizan suavemente por mi espalda. La recorren a lo largo y se adelantan hacia el torso. Juegan con los botones de mi camisa blanca. Estos ceden a las insinuaciones, a los jugueteos y entonces sus manos tocan mi pecho, mi abdomen. Me acarician. Me sienten. Solo entonces me atrevo a mirar. Giro mi cuerpo entero. Sus manos no pierden el contacto con mi piel.
Saltan chispas de mis ojos. Es una mujer hermosa. La más bella que había visto nunca. Su piel es pálida, finos rasgos y curvas sinuosas. Una fina túnica de seda cubre sus senos, su desnudez. Los ojos vivos, verdes, transmisores de alguna locura. Sus labios cárdenos, fogosos, portadores de algún veneno. Y, su pelo cobrizo, desordenado, enredado. 
Sus juegos continúan, sus caricias, sus gestos. No aparta la mirada de mis ojos. Allí están clavados. Me vence. No era una lucha, pero me vence. Sucumbo a sus encantos de mujer y la tomo fuertemente por la cintura. La siento. La acaricio. La beso. Ella gime y se entrega, pero yo ya estaba entregado a ella. Habría hecho lo que me hubiese pedido sin importarme nada. Recorro su cuello con mi boca, subo lentamente hacia su oreja y le susurro algo. Besa mis labios. Sensualidad, es la palabra que mejor define su forma de besar.
Entonces noto un fuerte dolor en la espalda, se abre paso a través de mí. Llega a mi corazón y lo aprisiona. Ella aprieta aún más su torso contra el mío y el dolor no cesa. De mi pecho sale una hoja. Una hoja de plata bañada en sangre. La misma que había sobre la mesa. Me desgarra el pecho. Me destroza el corazón. Pero su camino no termina ahí, la hoja avanza hacia el pecho de ella y hace lo propio. Sus manos son mis asesinas, pero también las suyas. Las esmeraldas del mango de la hoja ahora son rubíes y la habitación se tiñe con la sangre que emana de nuestros cuerpos.
Y morimos. Morimos y quedamos ahí, tirados en la nada. Desnudos. Cómplices. Fríos. Solos.

A.


Creo merecer...

No sé si es la respuesta acertada, si realmente es la que pienso, la que quiero dar. Pero sé que es la que ahora mismo tengo.

¿Qué amor creo merecer?
Siempre me han atraído chicas fuera de mi alcance, con personalidades generalmente increíbles, fuera de lo normal. Demasiado guapas, demasiado buenas para mí. Me pregunto a mí mismo el porqué. ¿De verdad creo merecer ese amor?
No es así. Yo no tengo nada que ofrecerles a cambio de todo eso. No soy guapo, no tengo ninguna habilidad especial, soy soso, tímido e incluso puedo llegar a hacer daño. Está claro que no merezco un amor "perfecto".
Entonces. ¿qué merezco? ¿Alguien que me haga daño, que me rompa el corazón? No, no es eso. No merezco lo peor, desde luego, pero lo mejor tampoco. 
Realmente no tengo claro lo que merezco en el amor. No sé si es egoísta incluso por mi parte pensar que merezca algún tipo de amor, pero supongo que, en general, todo ser humano tiene el derecho a ser amado.
Creo merecer el amor correspondido, sin celos. El amor libre. respetado y apasionado. El amor que esté al alcance de mi persona y no uno que se eleve por encima de ella. Un amor que acepte y se deje aceptar.

Recortes

Esta entrada no la ha escrito A., no es de mi seudónimo. Estos "recortes" son rendijas hacia mi libreta personal, trozos de lo que escribí hará unas horas y no sé por qué, pero pensé que su lugar no era esa libreta que al fin y al cabo nadie más que yo lee, que esto debía estar aquí, porque es este su lugar y no otro.

Esta página no puede empezar de otra forma, aunque han pasado muchas cosas desde la última vez que escribí en la libreta "Hoy soñé con ella por primera vez". Hay una gruesa niebla que hace sombra al resto de cosas.
[...]pues mis sentimientos aún siguen vivos, ardiendo con fuerza. Ni siquiera se han reducido a cenizas o a simple humo.
[...]todo estaba bien, todo iba bien. Pero, si es así no entiendo el porqué[...]Bueno, "sencillamente". Obviamente estoy destrozado. A ratos lo llevo mejor, pero otros se me viene todo encima, me oprime, me cuesta respirar y rompo en lágrimas.
Aún, a veces, me cuesta creerlo. Es como si fuese un mal sueño pero es real.
[...]Todo fue genial. Fue mi tregua, mi femme fatale.
Ella es libre,[...]y cuando cree que puede quedar así echa a volar.
[...]Y, por eso no tiene miedo a saltar sin mirar[...]como en un bucle.
Me ha dejado miles de cosas buenas, de cosas increíbles, me ha enriquecido. Pero, también ha abierto una gran herida que tardará mucho tiempo en cerrarse. Pero lo hará, inevitablemente.
Al menos sé que puedo tenerla como amiga, [...]
Todo el mundo sabe que tarde o temprano el sol sale entre las nubes, que la tormenta para y que la lluvia cesa. Pero hay que ser paciente hasta que ese momento llegue al fin.
La quiero, quizás en uno de los tantos significados e intensidades de la palabra, pero la quiero.
[...]para bien o para mal a mí me quedan demasiadas ventanas por las que ver mundo.
Escribir, lo necesito tanto como un abrazo. Quizás escribir sea lo único que me reconforta algo, quizás sea mi vía de escape, lo que me salva.
[...] ¿A qué ha venido?
Para terminar diré: gracias.
Yeray.



Diciembre

Y ahí sigue sin ser visitado por el dios del sueño otro día, otra noche más. Continúa con la mirada clavada en el techo, la luz apagada, arropado, con frío. El frío no viene de fuera, viene de su interior.
La almohada está húmeda. Los ojos rojos. El alma...¿dónde está?
Echa de menos. Sabe que es inútil. Es, incluso, estúpido. 
No se atreve a mover esos objetos que eran de ambos. Quiere destruirlos.
Fue idiota, imbécil. No supo jugar como debía y apostó demasiado. Acabó perdiendo y se quedó solo con la nada.
Culpable. El único de todos.
Pero sabe que lo volvería a hacer de las misma manera. Volvería a caer en las mismas trampas. Volvería a perder. Una y otra vez como en un bucle.
Tembloroso. Apagado. Ya no puede esconder lo que es.
Pensar mata, no la curiosidad como algunos afirman. Es pensar lo que te destruye. Pensar todo lo que te hubiese gustado hacer pero es que no hubo tiempo. Duró un batir de alas y se alejó a pasos de gigantes.
Irónico ese libro prestado casi al empezar. Fue como el beso de Judas de toda la historia. Era como si la condenase desde el inicio.
Desde allí, desde la cama, desde su rincón de culpa. Cuanto más mira al techo más parece que este baja. Que quiera aprisionarlo y aplastarlo. Que quiera hundirlo más. Que esté aliado.
Ni siquiera se ha atrevido a terminar el tarro de cristal lleno de estrellas. No ha tenido fuerzas. Y las estrellas está derramadas por la mesa.
Es difícil explicar realmente cómo se siente. Adjetivos como: destruido, quemado, frío, muerto o apagado, no son suficiente.
El trébol de cuatro hojas se marchitó. 
De haberlo sabido, hubiese hecho algo para al menos tener un buen motivo. Pero miento al decir que no lo sabía, se veía venir. Pero la sola idea de verlo venir hacía que se paralizase. Y, una vez que llegó el soplo de aire gélido, sacó fuerzas para no tiritar hasta que estuvo lejos. Sacó fuerzas que creía extinguidas hacía mucho. Sacó fuerzas del antiguo lobo de piedra, del lobo solitario que solía ser.
Ahora todo estaba a merced del tiempo. Al menos, había conseguido poder volver a escribir.

A.

Tabú (Final)

La superficie donde se sentaban era dura y fría, casi tanto como la expresión en su rostro. A. sabía que aquello había muerto, pero no entendía por qué esperar tanto, por qué torturar con el paso del tiempo, por qué...
Se mentalizaba con el paso de los segundos, se convencía. Miles de teorías posibles y solo un culpable, él. Pero normal. Normal porque precisamente él tenía la culpa.
Evitaban buscarse con los ojos. A. deseaba ya que el verdugo soltase la cuerda de la afilada hoja de la guillotina. ¿Qué importaba?
Silencios, conversaciones nerviosas, todo simples preparativos. Y, finalmente, la obra acaba y el telón baja fulminante.
A. reacciona de manera tranquilizadora, comprende que no ha sido tampoco fácil para ella. Pero parece indolente y por dentro se quema aunque ya no queda oxígeno. Se quema, arde en llamas y se consume, se destruye y se desvanece. Desaparece.
Adiós. 
A. se queda en el frío varias horas. Mira a las vías fijamente mientras moja el suelo, moja sus zapatos.
La historia de aquel día alegre acaba con la noche. La luna nueva como testigo y sordos oídos que escuchan.
La rutina se burla. "Te dije que estás condenado, que nunca escaparías de mí". Pero mentía, porque por un tiempo consiguió evadirla.
Los recuerdos, los regalos de Navidad a medio terminar en su mesa y se siente tentado a quemarlos tal y como A. se había quemado. Pero sabe que entonces se arrepentirá.
Confuso, dolido, roto y en su cabeza traicionado, usado, ... Pero son solo adjetivos, no son más que eso.
Dicen que hay un momento en el cuál hasta el Ave Fénix debe morir. Sus cenizas se las lleva el viento y sus lágrimas dejan de curar heridas mortales. Cuando un Ave Fénix muere, se apaga una llama en el mundo.

A.


Tarde de fin de semana

Hoy tampoco ha salido el sol. Las nubes siguen cubriendo el cielo, robando todo el protagonismo al astro que lleva demasiados años ejerciendo.
Un idiota como otro cualquiera, así es como A. se veía hoy. Bueno, como otro cualquiera no, porque él ha conseguido algo que nadie había logrado hasta ahora: superarlos.
Se encuentra cansado de ser siempre el mismo, de ser como es. Se avergüenza de sus miedos, de no saber cómo tratar a los demás para que se sientan a gusto. Miles de ideas alocadas y no tan locas se cruzan y chocan en su cabeza para acabar en la nada, no sabe cómo tranquilizarse o cómo hacerlo todo más llevadero.
Prueba subiendo el volumen de la música, pero solo consigue una reprimenda por parte de sus padres, que no se paran a ver los surcos dejados por sus lágrimas, esos caminos húmedos sobre sus mejillas que reflejan mejor que un espejo su alma. Pero esto es solo una anécdota porque a él no le importa.
Sabe que algo no está bien, que algo va mal entre el mundo y él. Siente que le ha fallado a mucha gente, pero al primero que le ha fallado es así mismo.
La brújula se ha estropeado, ya no señala al norte. Quizás es una señal de que es hora de aventurarse, de cambiar. Pero A. tan solo tiene ganas de pararse y descansar. Sentarse y olvidarse incluso de su existencia, de respirar.
Quiere luchar, pero está cansado. Quiere, quiere, quiere y quiere. Quizás quiere como nadie ha querido nunca. Mira fotos y también mira recuerdos. Sí, digo mira porque es lo que realmente hace, en su cabeza como un álbum de fotos pasa gran parte de su adolescencia, de su vida. Los buenos momentos, los malos, los no tan buenos, los no tan malos, todos.
Como si odiase al mundo, pero escondiendo un odio hacia sí mismo, golpea el suelo una y otra vez. No para hasta que los nudillos quedan en carne viva, hasta que el dolor de su alma queda apagado por el de las heridas que se han abierto y, entonces, encuentra algo de alivio.
Tiene miedo a decirle todo lo que piensa, todo lo que siente, a abrirse. Le cuesta. Sabe que no tiene mucho más tiempo, que la gente se cansa, es normal. Pero también sabe que esta vez no se bajará en la siguiente parada, porque ese no es su destino. Y si lo hace correrá detrás del tren, como loco. Sin dudarlo un segundo. Y cuando sus zapatos se rompan y sus pies queden expuestos al frío suelo, a los raíles, al sol y a la lluvia, aún en ese momento, seguirá corriendo. Porque no tiene nada mejor que hacer, porque además merecerá la pena.
Hacía tiempo que A. no conseguía escribir, ahora se siente algo más en paz por haberlo conseguido. Está claro que el cambio está en él y que lo que falla es él y no el mundo. Tan solo espera que alguien lo ayude a cambiar.

A.

Octubre

Miró al cielo para descubrir una gota en su cara. Desafió al viento y este le desordenó el pelo. Había salido ya de casa y estaba en camino, llegando a su destino.
En la estación no había mucha gente. Una chica cantando con sus auriculares, un par de infelices consumidos por la monotonía y luego estaba él que no sé muy bien lo que era o es. Recibe un mensaje y sonríe. "Lo siento, aún no he cogido el tranvía". Natural en ella, desde luego.
Sabe que tendrá que esperar media hora allí expuesto al tiempo, pero le da igual, no le importa porque es consciente de que cuando la cuenta atrás llegue a cero estará besando sus labios, podrá verla y reír con ella.
Pensando en todo esto pierde la noción del tiempo y de pronto su tranvía llega al andén.
"¡Qué guapa!" Lo piensa, pero no lo dice. No sabe por qué, simplemente no le salen las palabras.
Pasean por las calles peatonales mientras hablan. De vez en cuando ella le da algún beso fugaz y a él le encantan. Entran en una librería de segunda mano, nunca había estado allí antes, pero le encanta. Pero lo que más le gusta es ver esa luz curiosa en los ojos de ella mientras disfruta viendo todos aquellos antiguos montones de papel con sentimientos.
Comienza a hacer frío, pero ella quiere sentirlo en su piel. Se sientan en un banco.
-Por cierto, mira. - Le dice mostrando la parte de atrás de su vestido.
Es precioso, pero esto tampoco lo dice. El vestido deja la espalda al descubierto. Esa espalda que parece una galaxia llena de constelaciones formadas por pecas y lunares. Ahora mismo se siente astrónomo, se siente estúpido o quizás hipnotizado.
Cuántos besos reprimidos, cuántos abrazos en el aire, pero no se atreve, no.
Le encanta cuando ella se refugia entre sus brazos, en su abrigo. Como mete las manos en sus bolsillos para protegerse del gélido aire que lo inunda todo.
Horas en una cafetería de interesante conversación, al menos para él. Le encanta porque la va descubriendo a medida que sus tazas con chocolate se van vaciando. Mira a esa personita que en realidad es una gran persona y siente que es injusto porque saca en él muchas cosas que tenía guardadas. Despierta ciertas aficiones, ciertas curiosidades. Reanima su ser, su identidad.
El reloj corre en su contra, queda a penas una hora para que llegue la despedida. Juegan, se besan y el tiempo se va consumiendo hasta que finalmente llega el momento. Cree que podría acostumbrarse a sus "me encantas", le parecen sinceros.
Un último beso y se despiden.
A.

La sombra

Quemado. Otro día más en este mundo gris que ya ha muerto, que ya está perdido. Las voces suenan monótonas, las ganas se desvanecen, se disuelven en un mar de preguntas infinitas, de dudas y de miedos.
Jugamos a inventarnos una realidad diferente, “mejor”. Nos ponemos un velo que evita ver la realidad de este destino fatal.
Es sorprendente ver cómo todo el mundo va a lo suyo, la forma en la que todos se atropellan o simplemente se perjudican a propósito. Porque sí, cada día tengo más claro que el ser humano es un ente despiadado y cruel, porque su naturaleza no es buena o, si lo era, ahora está infectada de alguna porquería incurable.
Los gestos de cortesía ya casi no existen. Las nuevas generaciones son cada vez más de este nuevo mundo.
No sé si quiero saber, llegar a conocer el último aliento de esta historia. De hecho creo que no, que no quiero. Pero ¿qué hacer? Es inevitable. Bueno, es inevitable al menos para mí que todas esas palabras de muerte y suicidio quedaron como atadas a mi adolescencia más temprana y que ahora, quizás por ciertos hechos que han cambiado un poco mi vida, ya no tienen ningún lugar, significado o sentido.
El planeta está podrido, corrupto, mancillado. Pero no nos contentamos con jodernos a nosotros mismos, sino que sentimos la necesidad casi inalterable de hundir al resto del mundo, al resto de personas, animales y cualquier otra cosa que exista en este sistema o en otro. Egoísmo es quizás la palabra más exacta para definir lo que pienso sobre el hombre ahora mismo.

No sé, quizás me he levantado hoy con el día negro. Quizás tan solo he dejado un pequeño agujero abierto en mi velo por unos segundos antes de cerrarlo de nuevo y he visto lo que había al otro lado. Pero lo cierto es que me encuentro, me descubro pensando todo esto (entre otras cosas) y me asusto de todo lo que ello puede implicar.

Tabú III

Los dedos de A. se introducen en su cabello rojizo, busca su cuello. Lo acaricia. Con dulzura, con ternura y ella queda como hipnotizada.
Aparta su cabello delicadamente y besa su cuello. Ella esboza una sonrisa, le gusta el cosquilleo de su barba de días sobre su piel. Poco a poco A. va bajando. Besa su clavícula.
-Sígueme - le susurra ella al oído.
Comienza a desabrochar los botones de la camisa de A. introduce sus manos y las lleva hasta su espalda. recorre sus costillas, su columna. A. no se lo esperaba, pero le encanta. Está sobre ella, pero en la posición perfecta para que ella se incorpore. Lo besa apasionadamente. Solo existen ellos. Ellos y el vinilo que sigue poniendo viejas canciones de los 80's como único testigo de aquel encuentro.
Sus respiraciones comienzan a acortarse y el ritmo cardíaco se acelera. Las pupilas de ella están dilatadas, las de A. también.
Vuelve a besarle el cuello, ella ya no se reprime. Desnuda su torso por completo, ya no hay camisas ni botones. A. hace los mismo con la de ella. "Qué lencería más bonita" piensa. Pero aunque su mente está examinando todo lo que ocurre detenidamente, su alma está entregada en el acto.
Comienza a desabrochar su cinturón y a bajar la cremallera de los vaqueros azules que hoy se había puesto. A. sonríe.
-Estás yendo muy rápido, disfrutemos más del momento.
Ella asiente, tiene razón, qué idiota. Pasan minutos de besos, caricias, roces, cosquillas, mordiscos. Ambos están preparados, pero sin embargo lo alargan. Quizás no vuelvan a tener la oportunidad de estar ambos solos en un lugar cómodo como aquel.
En este momento A. se da cuenta de que esta vez no es como ninguna otra. Al fin y al cabo ahora hay sentimientos y la experiencia es como nueva. Sus gemidos, sus susurros al oído mientras el encuentro empieza a cambiar de tono, no son de mero disfrute y plenitud sensorial. Hay ternura en ellos, hay amor, hay placer y entrega. A. también disfruta con ella. Cada día está más seguro de que la ama.
Deciden que el viejo sofá se les queda pequeño y van a la cama de ella. Allí A. se sienta y ella hace lo propio sobre él. Entonces, y solo entonces, terminan de desnudar sus cuerpos. "Qué bella es. Su espalda, sus hombros, su vientre, sus curvas. Es preciosa" piensa A. mientras sus ojos impacientes recorren cada micra de su piel y de sus rasgos.
Se tumba, de espaldas. Ella sobre de él. A. no pone ninguna objeción, realmente le gusta que ella lleve la iniciativa. Además desde aquella perspectiva se ve incluso más bonita.
Se entregan al amor, desde el más salvaje y apasionado, hasta el mas delicado. Se sienten el uno del otro, disfrutan de ese contacto sexual. Se dan placer mutuamente. Se aman. "Nunca había disfrutado de esta manera con una mujer. ¿Será porque es la primera vez que estoy enamorado de verdad?" Mientras A. piensa esto ella se hace un ovillo. A. la abraza y le da un beso casi imperceptible en el cachete. "Sí, la amo de verdad, estoy seguro". Justo en ese momento comienza a sonar una de sus canciones. El viejo tocadiscos del salón los acompaña con su música como satisfecho con el amor entre ambos.
-¿Sabes? Me encantas A.

De A. para ti.


Profundidades

Miras al horizonte, lo buscas con la mirada. Aveces tienes que recorrer kilómetros para que se produzca el encuentro, otras tan solo mirar por tu ventana. El gran azul, esa enorme e infinita masa de agua. El mar.
Es viejo y sabio. Guarda enormes secretos en su interior. Ha sido testigo de historias, batallas y sucesos. Quizás, por eso, se encuentra siempre inquieto, se mueve de un lado para otro en un vaivén perpetuo.
Es un testigo inalterable del paso de la vida, del paso de los años, de lo que acontece tanto en él como en tierra firme. 
Arremete contra la costa con furia, con ferocidad. Pule con sus caricias las piedras y besa los acantilados. Se llena de espuma y se arremolina. Es un torrente vivo. No siempre ruidoso, a veces silenciosos. En ocasiones susurrante. El mejor de los directores de orquestas y las olas son su música.
Pasaría horas delante del mar. Desde que amanece y el sol sale a mi espalda iluminando poco a poco los acantilados, las aguas. Despertándose el mundo, las gaviotas y vislumbrando las primeras nubes. Hasta que el sol decide dar protagonismo a la luna y se esconde allá a lo lejos, se hunde en la inmensidad del mar y se pierde hasta el día siguiente. Cuando el cielo se torna anaranjado y las primeras luces se ven a lo lejos en las casitas del pueblo más cercano. Entonces asoma la luna y lo baña con su luz inerte, tétrica y a la vez preciosa. Entonces se vuelve aún más oscuro, aún más misterioso, todavía más llamativo.
¿Cuántas generaciones habrá visto pasar? Imagino a los fareros, a los pescadores y a sus hijos, sus nietos...El mar los conoce a todos, los ha visto crecer, enamorarse, llorar, adentrarse en lo desconocido de su extenso dominio. Los ha cuidado, les ha dado alimento, pero también a veces se ha llevado sus vidas como recordando que la voluntad de la naturaleza siempre prevalece sobre la de cualquier otro ser.
Somos agua, venimos de ella y el mar es, en cierto modo, nuestra casa.
A.

Calle Warttern, 63

Sentada sobre aquella silla de madera. Olor a viejo mezclado con polvo. La taza de té que humea. Ni frío ni caliente, como a ella le gusta. El vinilo sonando de fondo y, en el cenicero, un cigarrillo medio muerto. otra víctima de los innumerables vicios del hombre.
Las hojas de menta le dan un toque y, con el primer sorbo, el gusto se deleita con aquel sabor oriental. El olor de la infusión entra por las fosas nasales y cala en los pulmones, para quedarse allí como atrapado para siempre en un recuerdo eterno que desaparecerá.
No hay ningún otro sonido aparte del tocadiscos y el viejo reloj de cuco que pende de un anciano clavo oxidado en la pared de enfrente.
Se levanta. Está vestida de domingo. Sudadera ancha. De él, por supuesto. Bien abrigada. Una manta con varias decenas de gatos jugueteando en diferentes posiciones. Descalza, en ropa interior. En definitiva, en pijama.
Se aproxima al ventanuco con forma circular. Y se sienta allí, entre los pequeños cojines de pluma que decoran el asiento de aquel recoveco. Las gotas compiten por ser las primeras en bajar deslizándose por el cristal. Un taxi, de esos amarillos está aparcado delante de la casa de los vecinos. Los árboles visten de otoño.
El cielo es precioso, las nubes se arremolinan grises, furiosas, deseando descargar aún más fuerte, arremeter contra los cristales e inundar aquellas pequeñas casas de la calle Warttern.
"El panorama perfecto para un fin del mundo" y por dentro se ríe al descubrirse pensando de ese modo. Acaba el té y lo pone junto a la barra de incienso de la mesita de café que tiene a medio metro. Se acomoda y se duerme. La tarde de otoño es su cuna.
A.



Tabú II

A. ya había estado antes en aquel pequeño pero confortable piso del centro. sin embargo todo era nuevo para él. Desde el color suave de las paredes hasta la propia luz que lo iluminaba todo. Quizás era precisamente eso lo que le daba un toque distinto. La luz. Era lo suficiente intensa como para no estar a oscuras, pero a su vez suave, para dejar rincones en sombras y no hacer daño al ojo.
Ojos. Precisamente A. estaba pensando ahora mismo en ellos. En los ojos de ella. Son preciosos. Rasgados, almendrados, brillantes. Tienen luz propia desde luego.
-¿Qué miras?-aventura ella.
A. se sorprende, no se había percatado de que estaba mirándola directamente. Había quedado absorto por aquellas dos piedrecillas preciosas que se clavaban en él.
-Nada-sonríe
-¿Te hago gracia? ¿Tengo algo en la cara?
-No es nada-dice, pero su sonrisa se hace más grande.
Ella le da un golpe cariñoso en el hombro. Seguidamente la coge en brazos. Se resiste. La besa. Ahora ya no sonríe solo A. , sino que ella también lo hace.
-He preparado el almuerzo, pero aún es pronto. ¿Te apetece hacer algo antes de comer?
-Me gustaría que escuchases algo. Es una canción que llevo componiendo desde hace unas semanas.
-De acuerdo - a A. le encantaba escucharla tocar y cantar a la vez.
Se posicionó y comenzó a mover los dedos sobre el instrumento. Las notas salían como caricias. Su voz las acompañaba. La canción hablaba de ambos, de lo que sentía ella por él, de las noches en que dormía abrazada a la almohada imaginándolo a su lado, de la eterna espera de cada semana para verlo, de su pelo, de sus ojos, del día en que fueron de picnic. A. cierra los ojos, le asaltan los recuerdos. Ella lo ve de reojo y ríe, pero no se interrumpe. Sigue tocando. Finalmente la música cesa y A. abre los ojos. Se encuentra con los de ella.
Lo empuja al sofá y se abalanza sobre él. A. se las arregla para darle la vuelta, le hace cosquillas. Ríen ambos y paran su guerrilla. Quedan los dos tumbados, uno junto al otro,en aquel sofá. Se abrazan. La besa. Lo besa.
De A. para ti.


Realismo

Sentí el paso de las horas. Vi que me había hecho viejo. Ya no me distraía con las cosas de antes. Ya no imaginaba mundos paralelos llenos de seres maravillosos. No brillaba luz en mis ojos. había perdido la ilusión. ¿O quizás fue la esperanza?
Otro día más. Nublado. Gris. Oscuro. Otro día más que pasa sin que el mundo se detenga a pensar a dónde se dirige, cuál es su rumbo.
Desde la ventana del octavo piso allá abajo todo está ajetreado. Las figuras se desdibujan y parecen hormigas. Trabajan para vivir. No conocen otra cosa que la rutina. Los ha dejado como a mí.
El paso de los años. ¿Importa? ¿Realmente tiene alguna trascendencia? Los días se repiten. Uno tras otro. Monótonos. Nada intenso pasa, nada emocionante.
A la derecha, justo en el cruce. Dos personas se encuentras, se reconocen. Están obligadas a saludarse. protocolo no escrito. Sus sonrisas, falsas, se pueden ver casi desde mi posición. Más que verlas puedo sentirlas. Son frías. Están contagiadas por la hipocresía, por el relajo universal de los hombres.
El sonido del ascensor, fuera en el pasillo. La puerta que se abre. En ese momento las nubes permiten que el sol asome. Sus rayos penetran directos a mis ojos como si quisieran arrancármelos. No los necesito. Total, no hay nada que ver.
Idiota.
Es lo que soy. Es lo que eres. Te has identificado conmigo, quizás. Has visto que tengo razón, que todo es una mierda. Todo anda mal. No queda nada que nos pueda salvar. Pues te digo una cosa, estás equivocado.
Es la postura cómoda, fácil, sencilla de todo aquel que ha abandonado la lucha, que no ve más que los días grises. Que piensa que, efectivamente, el sol es una molestia y que solo está ahí para intentar hacer daño. Que ese haz de luz proyectado desde el celo que se abre paso entre la enorme masa uniforme, aburrida y sin vida no es más que un intruso.
Me levanto. Abro la ventana y lo dejo entrar. Dejo que incida sobre mi piel y que me arrope con su calor.
El sonido de unas llaves, se abre la puerta. Ya está de vuelta, mi pequeña. Me sonríe y le sonrío. Nos miramos, nos comprendemos. Ambos nos hemos cansado alguna vez, pero incluso ahora, a nuestra edad, seguimos teniendo fuerzas para tomar aire y continuar. Para levantarnos cuando tropezamos. Para ver el mundo desde una perspectiva mejor y para transmitir este mensaje a todo aquel que vea una mancha que nubla su visión y le contamina el alma.

A.
                           

Tabú I

El día en que al final se encontrarían era sábado. Habían quedado en casa de ella. Sus padres no estaban. Decidieron fijar su cita a una hora temprana, de esta forma podrían disfrutar mucho más del día que tenían por delante.
Ella se había levantado pronto con una sonrisa dibujada en el rostro. Aquel rostro de dulces facciones que tanto había llamado la atención de A. Le había dicho que no tenía que preocuparse de nada, él lo tenía todo planeado. 
Sus ojos se llenan de júbilo al descubrir, tras correr las cortinas del ventanuco de su habitación, que hace un día espléndido. El sol brilla en lo alto y las nubes dibujan numerosas formas que dan rienda suelta a la imaginación sobre el lienzo azul que los envuelve a todos. Coge el libro que tiene en la segunda gaveta de la mesilla auxiliar, esa que hace ruido al ser abierta. Sale al balcón, la luz solar se filtra a través de las hojas de los rosales que decoran aquel espacio. Se sienta en una mecedora de mimbre y comienza a devorar las palabras de aquella novela. Las horas vuelan.
Mientras tanto, en la ciudad lindante suena el despertador de A. Lo apaga, pero se queda dormido. A los cinco minutos suena de nuevo. Había sido previsor. Se conocía bien. Se levanta trastabillando y se ancla al suelo. Se estira y bosteza. Tiene mucho trabajo por delante. Está ilusionado con el día que le espera. 
Llega a la cocina y comienza a disponer los ingredientes que necesitará en la elaboración del almuerzo que tiene pensado. Pone a cocer el arroz y mientras tanto se prepara una taza de café y lee el periódico.
El arroz ya está listo. Comienza la faena. Se refleja en el espejito del horno y ríe. Tiene unas pintas dignas de un circo. Pelo despeinado, pantalón largo de pijama y un delantal que cubre su torso desnudo. 
Pasan las horas en la cocina. Prepara sushi, ensalada y un postre italiano. Lo coloca todo en varios recipientes para poder transportarlo y una vez lo tiene dispuesto baja a la floristería de la equina. Compra una rosa. Solo una. No le gustan los ramos, los ve demasiado cargados.
Se arregla un poco. No muy formal, pero tampoco de diario. El perfume, que no falte. Sube a su moto y se pone en marcha.
Una hora más tarde el timbre interrumpe la lectura de ella. "Es él" se dice. "A. ya está aquí". Abre la puerta y efectivamente se trata de su querido A. Lo besa. Se separan y lo besa de nuevo.
-Esto es para ti - le dice mientras le tiende la rosa.
Ella la acerca tímidamente a su nariz y cierra los ojos. Es preciosa y huele de maravilla.
Les depara un día inolvidable por delante.

De A. para ti.


Balada

Nos sentimos como humo. Subimos. Flotamos. Somos nada.
A veces tan solo tristes actores. Otras simples personas. El tiempo corre. No hay pausa.
"Gracias".
Una calada. Un beso. Algo que me haga sentir vivo. Correr riesgos. Adrenalina en vena. Idiotas. Jóvenes.
Una puerta se cierra. Tú decides. 
Sentimos poder con todo. Nos derrumbamos. Creemos ser maduros. Nos equivocamos. Somos imperfectos. Nos complementamos.
Humanos.

A.


Melodías

Cansado de la misma melodía decide cambiar de canción. Se arma de valor y da el paso. Al fin y al cabo esto es solo pasajero. Decide disfrutar y lo hace.
Vive ilusionado. Tiene miedo. Siente, siente como nunca. Sonríe y llora.
El mundo se le queda pequeño y tiene ganas de más. El camino es largo y aún no ve el final, pero no desespera, no echa a correr. Simplemente deambula sin rumbo pero siempre en línea recta.
Recordando la vieja y monótona melodía. Escuchando y disfrutando de la nueva.
La vida nos depara muchas cosas. Buenas. Malas. No importa, hay que pasar por todas ellas. Pero una cosa es segura: "hay que intentar que el tiempo que dure sea todo lo bueno que pueda llegar a ser".

A.


Historia de nadie

Un enredo de gotas desordenadas que caen una sobre otra humedeciendo el suelo.
Viento que sopla.
Pájaros en el aire.
Nubes grises. Furiosas.
Hierba mojada.
Luz amortiguada.
Carretera solitaria.
La línea amarilla que divide la vía a la mitad.
Se coloca justo allí. Sobre la recta. Hace juegos de equilibrio.
Él la mira. Sonríe, es preciosa.
Tropieza, pero encuentra apoyo entre sus brazos.
"Tonta". La besa.

 A.

Mañanas

Llovía. No cesaba. Parecía que la lluvia castigaba a los altos edificios de Nueva York. En uno de estos edificios había una chica vestida con una camiseta de hombre, el pelo salvaje y desordenado. Sostenía entre sus dos manos una taza con café en su interior. Lo olía, le gustaba aquel olor. Pero no tanto como el de la camiseta que llevaba puesta. Aquel perfume tan reconfortante e inconfundible.
Hacía solo unos minutos que se había marchado, pero ya lo echaba de menos. Deja la taza junto al tocador y escoge un vinilo entre toda la colección, su favorito. Enciende el tocadiscos y vuelve a coger la taza. Da un par de sorbos y mira por la ventana. Ve como la lluvia cae, como esas gotas se deslizan por el cristal. Desea estar ahí fuera.
Comienza a escucharse una suave melodía de jazz. Cierra sus ojos. Sonríe. Disfruta. Comienza a danzar por la habitación. Se sube a la cama y se imagina con él sosteniéndola entre sus fuertes brazos y bailando la danza prohibida de dos almas enamoradas. Le gusta. Se divierten.
El café se acaba. Añorar se está convirtiendo en algo asfixiante. Tras muchas noches de insomnio al fin lo había tenido junto a ella. Pero ahora todo había terminado y él ya o estaba allí.
En su mesa auxiliar un retrato de ambos del día en que se conocieron. Recordaba aquel día como si tan solo hubiese sido ayer. Aquel concierto de rock, aquel chico misterioso de mirada inquietante que la estaba tentando con sus labios. "Es el típico rockero" pensó aquel día. Sonríe. Qué estúpida había sido al juzgarlo tan rápido ya que no era para nada uno más.
No podía más. Coge las llaves y baja corriendo las escaleras. Sale a la calle y sus pies descalzos tocan la húmeda calle. Mira al cielo y deja que las lágrimas que brotan de él la mojen y le calen en la piel. No pierde mucho tiempo. Corre. La camisa se empapa, su pelo también. El deseo de volver a reencontrarse con él crece. Cruza el paso de cebra. Tan solo un par de manzanas más y llegará a su destino.
El mundo está de su parte, los semáforos se tornan verdes como cediéndole el paso. Alguien quiere que se produzca ese reencuentro. Ella lo sabe.
Llega a aquella casa casi sin aliento. Inconfundible. Con el número capicúa encima de la puerta. Llama a la puerta. No hay respuesta. Vuelve a llamar. Él abre y al verla estalla a reír. Abre sus brazos y la refugia en ellos mientras la besa. Tiene las manos llenas de pintura, el torso al descubierto y el pelo algo desordenado. Entran. Le pide que se seque y se cambie de ropa. Cuando entra en la habitación descubre un cuadro de ambos. Está recién pintado. "Iba a ser una sorpresa" le dice. Las pupilas de ella se dilatan. Le encanta. Se vuelve y lo besa. Sabe que cada día de su vida se levantará sabiendo que es él y no otro la persona que quiere a su lado por siempre.

Para Cova.


Tan solo otro día lluvioso

Sus venas se hinchan, dejan pasar el cárdeno líquido a través de sus delicadas y finas paredes. La respiración se torna corta. El aire no falta. Los pulmones no se quejan. Calla. Su rostro busca refugio entre sus brazos. Sus manos sujetan su cabeza a medida que se deslizan en dirección a su corto y oscuro pelo.
Se siente destruido. Vacío. Esa sensación lo reconforta.
Aventura una mano en el interior de su bolsillo derecho, pero le es difícil, sus vaqueros son muy ajustados. Finalmente alcanza la cajetilla. Coge un cigarro y lo prende. Con la primera calada cierras los ojos. Echa hacia atrás la cabeza. Su torso al descubierto no muestra señales de frío. Sus pies descalzos no tocan el suelo. Está flotando. Se deja llevar.
Otra calada. El humo asciende a la vez que su mente. Sus lágrimas ceden a la gravedad. Mojan sus labios. Está roto. Ya no sirve. Quizás nunca ha servido.
Sube la música.
Nota como todo se marcha. Una vez más. Parece que se ha acostumbrado a estar sentado en aquel lugar. Ve llegar a gente. También ve cómo se marcha. Los trenes van y vienen. Ruidosos. Llenos de olores, experiencias e historias. Historias que ya conoce. Cree estar acostumbrado. En el fondo necesita encontrar un tren hacia ninguna parte.
El cigarrillo se va consumiendo. El humo se funde con las grises nubes que traen lluvia. Olor a tierra mojada. Se apaga. Saca otra cerilla. No consigue encenderla.
Tira aquel pedazo de paz que queda en el suelo.
Salir de allí. Es todo lo que quiere. Corre. Corre. Continúa corriendo. Más rápido con cada paso. Cae al suelo. Rueda. Sonríe. La lluvia cae sobre su rostro. Ríe de nuevo.
¿Para qué pedir más? Disfrutar de la vida. Eso es lo que importa.

A.


Sangre

Auxilio. Nadie le hacía caso. ¡Auxilio! Gritaba, intentaba que sus palabras llegasen a los sordos oídos de aquellos que lo rodeaban. Aumentaba el volumen de su voz e iba subiendo el tono conforme corroboraba no despertar ni un atisbo de compasión en todo aquel océano gélido de personas. Su garganta empezó a llenarse de sangre hasta que su voz quedó apagada. El rojo líquido le salía por la boca cada vez que tosía.
Cae al suelo de rodillas ¿qué pasa? ¿Por qué nadie lo ayuda?
Llora, golpea el suelo y se tira del pelo, no sabe qué hacer, pero está en peligro y nadie es capaz de dignarse a mirarlo allí tirado. La sangre comienza a manchar los adoquines blancos de la calle. Entonces, una señora se para. Al fin, alguien le presta atención.
-Chico, ten cuidado. Me has manchado mis zapatos con esa sangre que te sale por la boca. deberías de ser más considerado con los demás. ¿En tu casa no te han enseñado modales?
Y se aleja de allí profiriendo una consecución de palabras y maldiciones.
¿Qué acaba de pasar? ¿Es que a nadie le importa lo que le pueda estar sucediendo a un chico que está herido desangrándose poco a poco en la calle?
La respuesta es no. No, porque todos están pendientes de sí mismos, tanto que no son capaces de mirar a los que caminan junto a ellos. De esta forma, la señora que paró a reprimir al joven llega tarde para ver su programa televisivo favorito, un coche casi atropella a un hombre anciano porque quería acabar el reparto lo antes posible para poder así volver a su hogar y un policía se encarga de multar a un padre que deja el coche mal estacionado para recoger a su niña del colegio, mientras que en la tienda de comestibles de la esquina se está produciendo un robo.
A nadie le importa lo que te pase, solo piden que seas amable, asientas, obedezcas, sonrías y que no molestes. Eso es lo único que le preocupa a este mundo enloquecido por no sé qué brebaje de bruja malévola.
A.


No hay vuelta atrás

Sabes que ya no hay vuelta atrás, has tomado las riendas de tu vida y has forjado tu personalidad. Te esfuerzas cada día por sobrevivir un poco más, pero es estúpido, es inútil.
Luchas por tus sueños e intentas alcanzarlos pero no das más, eres demasiado lento y el tren se escapa sin que puedas alcanzarlo por mucho que corras, tus zapatos se desgastan con el suelo y tus pies quedan descalzos para dar lugar a heridas que enseñan tu carne y de las que brota la sangre.
Entras en un túnel oscuro casi sin darte cuenta, por el camino has dejado los sentimientos y estás vacío, ya no ves el tren. Miras a tus lados y estás solo. Pero avanzas y sigues adelante en esa oscuridad pensando que quizás en algún momento vislumbres una luz.
Las personas que siempre te apoyaron se han ido, no te han seguido. Las oportunidades que perdiste por tu forma de ser tampoco volverán. Nadie se da cuenta del frío que hace en tu interior, ni tú mismo lo haces. Lloras, lloras pero por dentro.
Caes al suelo, te tiras de los pelos y gritas. Empiezas a coger arena y piedras y a lanzarlas como proyectiles en todas las direcciones. Acaban rebotando y cayendo sobre ti mismo y sangras y te haces nuevos golpes.
¿Cómo llegaste a este punto? Eres una persona que siempre lo dio todo por los demás, por tu familia, tus amigos, tus sueños, tus metas. Diste parte de tu alegría de tu vitalidad a personas que nunca te la devolvieron y por ello ahora no eres feliz.
Como de la nada un haz de luz penetra en tu corto campo de visión, te tapas los ojos. ¡Es la salida! Corres hacia la luz. Vas dejando un camino de lágrimas, sudor y sangre y se dibuja en tu boja una sonrisa tímida y desquiciada, como si fuese la sonrisa de un loco. A penas puedes mantenerte en pie y avanzas cayendo continuamente contra la pared. La luz se hace más grande, ya está cerca. Al fin.
Y entonces un sonido deja helada tu sangre, es el silbido de la locomotora de un tren. Dos segundos más tarde en el hueco en el que antes se hallaba tu cuerpo pasan millones de toneladas metálicas, cientos de ruedas y decenas de personas que en ningún momento parecen notar la presencia del que antes se aferraba a la vida gracias a un hilo roto y viejo.
El sentimiento de la presión de la gran máquina al pasar por tu pecho, los huesos que se rompen con cada rueda que pasa y la sangre, la poca que te quedaba en el cuerpo, se esparce por el lugar. Finalmente has llegado al final de tu camino. Ahora puedes descansar, ya no hay marcha atrás.
A.






¿Quién me echará de menos cuando me marche?

Llega empapado de agua a su casa. Había salido a pasear bajo la lluvia, pero esa fina capa de agua se había convertido en toda una tormenta eléctrica en cuestión de minutos.
En su rostro no se distinguen las lágrimas de las dulces gotas de lluvia. Cierra la puerta y se quita las botas. Corre hacia la chimenea y allí se desnuda.
Se quita la camiseta con dificultad, pues al estar mojada se le pega a la piel y se aferra a ella. Cuando por fin su torso queda desnudo baja la cremallera de sus pantalones con una mano mientras con la otra se desabrocha el cinturón. Los vaqueros pesan debido al agua que han absorbido. Con el equilibrio de un recién nacido se deshace de los pantalones. Finalmente se quita los dos calcetines y entran en contacto sus pies descalzos con el suelo de fría madera. Coge una manta cercana y se hace un ovillo junto al fuego de la chimenea para entrar en calor.
Las lágrimas brotan solas en un llanto silencioso propio de un corazón y de un alma rotas en mil pedazos. El llanto se torna desesperado y comienza a faltarle el aire. Cae de costado contra el suelo y tiembla. Tras unos minutos en aquella incómoda posición, se pone en pie. Se seca las lágrimas con el antebrazo y sube al cuarto de baño.
Llena la bañera con agua muy caliente. Comienza a salir vapor y se empañan las ventanas y el espejo del baño. Termina por desnudarse y se mira al espejo. Ve lo que es. Todo lo que ha sufrido para llegar hasta ahí. Observa cada una de esas cicatrices que recorren su pecho, muslos, vientre, muñeca,... Recuerda cada uno de aquellos cortes como si solo hiciese unos segundos que habían estado sangrando. Abre un pequeño armario auxiliar y en él busca entre las vendas, el alcohol y demás utensilios hasta encontrar una pequeña cuchilla plateada con el borde muy afilado. La agarra con fuerza entre sus dedos y su mano comienza a sangrar. Brotan pequeñas gotas de sangre que caen al piso.
Se mete en la bañera de cálidas aguas. Respira varias veces. Una, dos, tres,... En su mente comienzan a vagar muchos recuerdos, personas, olores, lugares, sensaciones, sueños. Las lágrimas vuelven a hacerse notar. le tiembla el pulso y ejerce menos fuerza sobre el objeto cortante que encierra en su puño.
Acerca la hoja a su brazo izquierdo y entierra la punta a la vez que profiere un grito. El borde afilado le va quemando la piel y la carne a medida que la hoja avanza verticalmente hacia su muñeca y se encierra en un océano de alaridos y dolor. Repite el proceso en el otro brazo y observa como con cada centímetro que avanza la cuchilla se escapan todas esas cosas, buenas y malas, que guardaba dentro. Continua gritando y cuando acaba la faena sumerge los brazos en el agua caliente de la bañera, que rápidamente se torna color rojo. El calor dilata sus vasos sanguíneos y alivia el dolor.
Unos minutos después pierde el conocimiento. La casa queda sumida en un silencio sepulcral. Se respira una paz ahogada y fría. Entonces suena un fuerte relámpago y la luz ciega por completo la imagen del baño donde yace su cuerpo inerte.
A.

Esta tormenta acabará conmigo

No sé lo que saldrá de esta entrada, solo quiero escribir.

Estoy en un punto en el que mi cabeza no da para más, que mis sentimientos han desaparecido y no sé a dónde habrán ido. Estoy muy cansado.
Me hundo en el mar de sábanas que se ha convertido mi cama, como chocolate y escucho música triste. Nada me recuerda a nadie, todo me parece nuevo o extraño. La palabras me parecen mentira. Quizás lo sean.
Vivimos rodeados de hipocresía. En un mundo en el que los abrazos, los "te quiero" e incluso los besos ya no significan nada. Donde las palabras están vacías.
"Estoy harto de que me digan que soy mono y luego encontrarme solo" (Edu) Eso mismo que me dijo la persona que es mi mejor amigo es exactamente lo mismo que siento yo. Podríais decirme que estoy solo porque quiero. Es verdad, hay gente a la que le gusto. Pero no puedo corresponder ese sentimiento.
No voy a hablar sobre el grupo de gente que me odia sin sentido ninguno, pero tenía que nombrarlos pues quiera o no son parte de lo que me está pasando.
Lágrimas que brotan solas, cabezas bajas e ideas que rozan la demencia y el suicidio. Doy las gracias por no tener el valor de cometer locuras porque sé que lo hubiese hecho de no ser como soy.
Solo quiero que esto cambie.
A.