Abstracción

La ventana está abierta y la niebla se ha metido en cada esquina de la habitación. Lo cubre todo haciendo imposible, incluso, que alcance a ver mis propias manos.
Sin embargo me arropa, me da ese consuelo que no encontraba y andaba evitando. No porque no lo quisiera, más bien por un miedo interno, por esa maleza que a veces crece en mi cabeza.
Entra y se queda, pero no por mucho tiempo. Lo justo para salir por la puerta. Está de paso y olvidó su abrigo en el perchero detrás de la puerta. Una excusa para un reencuentro.
Ahora se ve todo algo más claro. En el cielo la lucha entre el Sol y la Luna. El pino que se recorta en el aire y los tejados que quedan abajo. Los pájaros negros se arremolinan con un orden caótico, pero orden al fin y al cabo. Acaban posándose aquí y allá en el campo.
Triste paisaje para una tarde de café y domingo. Una tarde en la que todo parece caerse, envejecer, sufrir. Sin embargo no es distinta de la de ayer o de la de hace cincuenta años. Es otra tarde de esas en las que no pasa nada pero todo acontece.
A veces imagino que mi inquietante paz puede ser la guerra de otro. Que mis pensamientos quizás sean las palabras que nunca supe pronunciar en otro idioma. Puede que, incluso, estas palabras sean las balas que disparé aquella mañana contra el espejo. Y entonces es cuando realmente creo saber algo más de mí, algo más de este mundo.
Extraño, porque solo es en esos momentos y no en otros. Tan solo ocurre cuando todo parece perdido o abandonado. Desdibujado. Cuando abatido me tumbo boca arriba para mirar el techo blanco desde mi cama y pintar con la mente las siluetas de un sueño que tuve hace años.
Es como si el libro que tanto te gusta llegase al final. Te alegras y a la vez te encantaría que la página ochocientas cincuenta y nueve fuese infinita. O, si eres de otro tipo de arte, es como ese cuadro sin sentido, soso, frío, ese en que nadie se fija pero que, sin embargo, para ti es la descripción perfecta del fin del mundo.
Todo se trata de la perspectiva y hay quien ha recorrido y mirado desde todas las esquinas del mundo. Pero hay recovecos redondos, sin ángulos y son pocos los que se sientan allí a observarnos. Son todos esos locos que un día fueron pino, pájaro. Los que un día, sin quererlo, cultivaron maleza en su cabeza o los que dejaron que se colase la niebla por una de sus ventanas. Son esos que, al fin y al cabo, una vez tuvieron un mal día, un tropiezo y decidieron cambiar de aires y vivir por encima de los tejados. Son todas esas personas que están realmente vivas, que han llegado a algo. Que tienen aspiraciones, sueños, ideas. Los que poseen todos los tesoros no materiales e irónicamente son los que llamamos pobres.
Ya nunca cierro la ventana.

Yeray B.