Dos días para perderte

Reconoce que te gustaba bailar al borde de todo: en el alfeizar, en la acera, en un acantilado, ...
Reduce todos tus gritos, escóndelos bajo la alfombra o quémalos en la chimenea.
Te dijeron un día que todo lo que soñabas no era cierto y decidiste no despertar, preferiste abrazar aquello a afrontar esta supuesta realidad.
No supiste cómo decirles que hacías las maletas porque te ibas en el siguiente tren que pasase frente a tu ventana y saltaste para no caer.
Siempre pensaste que todo te quedaba pequeño y no dudabas en desnudarte, en mostrarte tangible. Te mostraste tangible ... y tanto.
Aún quedan sabores a ti en los rincones de la pequeña ciudad a la que dijeron que pertenecías.
Amiga del viento, bailaste una última vez en la plaza del roble y luego desapareciste y ya no parecías tan tangible como antes.
Porque jurabas que cinco sentidos eran pocos para saber del mundo, que hacían falta ochocientos años y un día más para comprender a éste y tan solo unos segundos para amarlo.
Quisiste subir a la montaña más alta de noche para ver si era verdad eso de que la Luna podía tocarse y amaneciste hecha un ovillo llorando. No supiste decir "no puedo" y te desgastaste tantas veces que parecía que algún día desaparecerías erosionada.
Jugaste descalza y enterrando bien los pies bajo tierra. Tocaste las primeras corrientes tras el deshielo.
Y, reconoce, que para muchos fuiste incomprensible.
Pareciste la banda sonora del lugar, el ritmo que los movía a todos. Diste luz y también enseñaste a oscurecer. Te plantaste frente a aquel Sol rojizo en el horizonte durante el ocaso y le sonreíste, también lloraste. Fuiste feliz y fuiste triste.
Al final se trata de eso:  fuiste.