No te he dedicado nada y ya me parecía injusto. He gastado tiempo en personas que quizás no lo merecieran y en otras que, desde luego, no lo merecían. ¿Por qué no iba a usar eso, mi tiempo, en ti?

Podría hacer de esto un jardín de cuento de hadas, con sus flores, las abejas o el canto de los pájaros, pero no me apetece. No quiero ser el mismo que te escribe a diario todas esas cosas, que te dice lo pequeña que se vuelve la Luna cuando tú sales o que las auroras copiaron los colores de tu maquillaje.

Me apetece escribir sobre lo otro, sobre cómo nos gusta que la fricción de tus caderas con mi cuerpo nos haga fuego, sobre que tus uñas caven grietas en mi piel de piedra o sobre cómo tus dientes desgarran mis labios hasta dejarlos en carne viva y, aún así, quiero seguir besando los tuyos.

Caerme desde tu pelo y rodar por cada curva, visitar todos los lugares, incluso aquellos que no logro encontrar ni con la ayuda de tu brújula. Luego encontrarme allí abajo, tirado a tus pies, y volver a subir escalando por tus piernas, agarrando tus nalgas, hasta volver estar allí arriba junto a ti.

Cruzar las miradas y los gemidos, beber de tu cuerpo ese chupito de tequila que nos debemos, ignorar al mundo desde una cama, pues se queda pequeño para nosotros, y respirar tu perfume hasta que, exhaustos, mueran nuestros cuerpos entrelazados en un abrazo, cerrando como un candado la pequeña caja llena de huracanes que guardamos con recelo hasta la siguiente vez que podamos encontrarnos.



Yeray B.