Perseguido

Estaban a punto de apresarlo y él al borde de un acantilado. Decidir, siempre había sido su punto débil. Ahora tan solo tenía unos segundos para hacerlo. Podía sentir el aliento de sus perseguidores en la nuca a pesar de que aún se encontraban a unos metros de distancia. Lo presionaban, lo aceleraban, lo ponían nervioso, lo hacían temblar y le oprimían los pulmones hasta el punto de casi hacerle perder el conocimiento por falta de oxígeno.
Al borde de aquel acantilado todo parecía anecdótico. Sus enfados. Su trabajo. Sus obligaciones. Su vida. Su...Absolutamente todo. Ahora era a vida o muerte, un juego poco familiar. No cabía revancha, no había una segunda oportunidad.
¿Pero quién lo perseguía? ¿Por qué?
Eran sus pesadillas, sus miedos. Eran sus oportunidades perdidas. Esas veces que por timidez no se atrevió. Todas esas cosas que dejó de hacer por ser vago, por tener cosas más fáciles que hacer. Sus distracciones. Sus sueños frustrados. Eran todo eso que lo hundía. El ancla de su tobillo.
Saltar o quedarse y dejar que lo consuman. Están a solo unos centímetros. Casi lo están tocando. Se paraliza. Cierra los ojos y se tira al suelo. Se hace un ovillo. No sabe qué hacer.

A.

"Escribe sobre nosotros"

Me gustan los tejados. Ver el mundo desde arriba. Verlo todo como si yo no fuese parte de esto y sentirme enano ante lo que me rodea.
Pasear mirando a la gente e imaginando cómo ha sido su día, qué pueden estar pensando, lo que quizás están sintiendo.
Detenerme un momento y pensar en cuánta gente estará riendo en ese instante, cuántas personas estarán llorando, cuántas se estarán enamorando.
El amor, el mejor sentimiento que tenemos los seres humanos. Nos da una de las mayores felicidades, pero también es el que nos destruye. Es un equilibrio, si recibes algo bueno luego recibirás algo que no lo es tanto. Nadie está condenado a ser eternamente feliz.
¿Pero por qué querríamos ser felices siempre? Somos tan egoístas que es lo que queremos: felicidad eterna. Muchas veces esta ambición es la que nos destruye, no disfrutamos de los momentos "breves" de felicidad porque no nos bastan, queremos siempre más.
A veces la felicidad se encuentra en los pocos minutos que dura una canción o en un cruce de miradas, en la sonrisa de una persona para la cual ni si quiera existimos, en tener nuestra comida favorita en la mesa al llegar a casa, puede incluso ser la felicidad de haber visto el amanecer, un "buenos días" de cortesía de alguien en una cafetería.
Yo no me creo mejor que el resto, también ambiciono la felicidad infinita. Pero soy consciente de que es imposible.
Trato de disfrutar de las pequeñas felicidades de cada día, aunque parecen pocas y siempre quiero más.
Es estúpido el hecho de poner pegas a todo, hay que dejarse llevar. Si quieres decirle algo a alguien, ¿para qué esperar a que la otra persona hable primero? Demos el paso. Traguémonos ese pequeño orgullo, que no engorda, y hagamos lo que realmente queramos. Nos juzgarán haciéndolo o no, y puede que mañana sea demasiado tarde. No hay motivo para dar lugar al arrepentimiento. Actuemos, asumiendo que lo que hoy nos da la felicidad mañana será, quizás, el ancla atada a nuestros tobillos que nos hundirá. Pero tarde o temprano aprendemos a nadar incluso con ese peso tirando de nosotros hacia abajo y emergemos para llenar nuestros pulmones con aire nuevo. Volver a respirar y disfrutar de nuevo de todas esas cosas que ayer nos hicieron ser un poco más felices.

Para María, de A.

Noche en un bar

Había salido como cada viernes noche. Solo con la compañía de su cazadora de cuero y su moto.
Llevaba hora y media en aquel bar sentado en la barra. La copa medio llena aún. Observador. La gente se divertía, jugaba al billar, bailaba a ritmo de rock and roll y jazz o contaba anécdotas. Le gustaba aquel ambiente, se sentía arropado.
Sam, la camarera, le invitó a una última copa de aquel licor que tanto le gustaba. "Chico, hoy te ves más solo que nunca" fue el único comentario que hizo antes de servirle la copa.
Había ido a aquel lugar cada viernes desde hacía un año y, aunque había confianza, esta se había creado a base de miradas y pocas palabras.
Acabó con el contenido de tres largos tragos, pagó, se colocó la cazadora sobre los hombros y salió del local.
Una noche agradable. Sacó un cigarrillo y lo prendió. Se sentó en un banco justo fuera del local y miró al cielo. Lo miraba todos los días y, sin embargo, nunca era el mismo. Se sentía insignificante ante todos aquellos astros colgados allá arriba.
Sam salió en ese momento del bar y se quedó mirándolo un rato. Veía en sus ojos un brillo que no había visto antes. Era la mirada de un soñador, de un ser libre, intocable, inalcanzable. Se colocó el pelo y sacó un cigarrillo.
-¡Eh alma libre! ¿Tienes fuego?
Sonrió, introdujo la mano en el bolsillo y sacó el encendedor. Acercó la llama al cigarrillo que sostenían los labios de Sam.
-¿Puedo hacerte compañía esta noche? A veces hasta las almas más solitarias necesitan un rato para recordar que no están tan solas como piensan.
Asintió y se hizo a un lado, dejando hueco en el banco para que Sam se sentase allí junto a él. Ahora que la miraba bien era hermosa. Tenía el cabello rizado y desordenado. La piel clara y los ojos azabaches. El cigarrillo estaba manchado de carmín. No se dio cuenta del examen que le estaba haciendo, pero Sam si se percató.
-¿Te gusta lo que ves? - dijo sonriendo - Te voy a ser sincera, llevo colada por ti desde el primer día que entraste por la puerta del bar. Desde ese viernes. El chico malo, un lobo solitario. - Hace una pausa y sonríe de nuevo - Soy estúpida. Desde el primer momento supe que eras de ese tipo de personas, de las que les gusta la soledad y ser libres. No sé ni por qué te estoy contando todo esto.
-Sam, ¿qué te hace pensar que soy así? Es decir, no me conoces más de lo que yo te conozco a ti. Tan solo soy un cliente que viene cada viernes a tu bar, a beber, tan solo soy un loco que viene cada noche al comenzar el fin de semana a verte.
Hay un silencio. Sam mira al frente, pero él la mira a ella.
-Sam...
-No me lo esperaba. No me esperaba esto, ha sido...chocante.
-Me gustas. Y sé que te gusto.
-Y entonces, ¿a qué estás esperando? ¿Por qué en todo este tiempo...?
-No te convengo. Hay algo en lo que no te has equivocado: soy un alma libre.
-Me da igual, no pensaba atarte. Lo entiendo y lo acepto. Tan solo te pido que me permitas arroparte unas horas. Ser inmortales juntos durante una noche.
-Entonces no sé qué hacemos perdiendo el tiempo aquí sentados. La noche tan solo acaba de comenzar y las estrellas han salido a saludarnos. Aprovechemos este momento, esta noche. ¿Qué me dices?
-Solos tú y yo. Vamos.

A.

La hoja de plata

Pies helados, escribo desde la cama mientras intento entrar en calor. A modo de grito mis dedos se mueven sobre las teclas. Me hago preguntas, me bombardeo a ellas. Quizás soy injusto conmigo mismo.
No encuentro la salida. Camino en círculos. Al final, al fondo hay una puerta. Como exhausto me dejo caer sobre ella para que el peso de mi cuerpo sea el que la abra. Avanzo. Sigo avanzando. Pasan las habitaciones, los espacios, pero son monótonos, no cambian. Las mismas paredes blancas, luminosas y la misma nada en cada lugar. Vacío. Todo está vacío.
¿Dónde estoy? ¿Qué es aquel lugar? Empiezo a correr y a abrir más puertas. Una tras otra me llevan a más y más habitaciones blancas y vacuas. Freno en seco y tomo aire, luego continuo. Vacío. Vacío. Vacío. Una mesa. Vacío. ¡Espera! ¿Una mesa? Doy la vuelta y efectivamente, aquella habitación es idéntica a las otras. Blanca, espaciosa, luminosa. Pero no está vacía, allí hay una mesa blanca que casi pasa desapercibida al fundirse con las paredes.
Me acerco a ella, hay algo envuelto en una toalla. Me tiembla el pulso. Se acelera la respiración y mis pulsaciones hacen que el corazón golpee contra el pecho con fuerza. Extiendo mi mano para alcanzar lo que se esconde bajo aquella toalla. Giro el blanco paño y, bajo él, descubro un cuchillo de plata. Precioso, como hecho por los dioses. El mango de esmeraldas simula la cola de un escorpión. La hoja está grabada en alguna lengua muerta: "Tempus est".
Una respiración en mi nuca. Se hiela mi sangre. Permanezco inmóvil. Unas manos finas, pequeñas se deslizan suavemente por mi espalda. La recorren a lo largo y se adelantan hacia el torso. Juegan con los botones de mi camisa blanca. Estos ceden a las insinuaciones, a los jugueteos y entonces sus manos tocan mi pecho, mi abdomen. Me acarician. Me sienten. Solo entonces me atrevo a mirar. Giro mi cuerpo entero. Sus manos no pierden el contacto con mi piel.
Saltan chispas de mis ojos. Es una mujer hermosa. La más bella que había visto nunca. Su piel es pálida, finos rasgos y curvas sinuosas. Una fina túnica de seda cubre sus senos, su desnudez. Los ojos vivos, verdes, transmisores de alguna locura. Sus labios cárdenos, fogosos, portadores de algún veneno. Y, su pelo cobrizo, desordenado, enredado. 
Sus juegos continúan, sus caricias, sus gestos. No aparta la mirada de mis ojos. Allí están clavados. Me vence. No era una lucha, pero me vence. Sucumbo a sus encantos de mujer y la tomo fuertemente por la cintura. La siento. La acaricio. La beso. Ella gime y se entrega, pero yo ya estaba entregado a ella. Habría hecho lo que me hubiese pedido sin importarme nada. Recorro su cuello con mi boca, subo lentamente hacia su oreja y le susurro algo. Besa mis labios. Sensualidad, es la palabra que mejor define su forma de besar.
Entonces noto un fuerte dolor en la espalda, se abre paso a través de mí. Llega a mi corazón y lo aprisiona. Ella aprieta aún más su torso contra el mío y el dolor no cesa. De mi pecho sale una hoja. Una hoja de plata bañada en sangre. La misma que había sobre la mesa. Me desgarra el pecho. Me destroza el corazón. Pero su camino no termina ahí, la hoja avanza hacia el pecho de ella y hace lo propio. Sus manos son mis asesinas, pero también las suyas. Las esmeraldas del mango de la hoja ahora son rubíes y la habitación se tiñe con la sangre que emana de nuestros cuerpos.
Y morimos. Morimos y quedamos ahí, tirados en la nada. Desnudos. Cómplices. Fríos. Solos.

A.


Creo merecer...

No sé si es la respuesta acertada, si realmente es la que pienso, la que quiero dar. Pero sé que es la que ahora mismo tengo.

¿Qué amor creo merecer?
Siempre me han atraído chicas fuera de mi alcance, con personalidades generalmente increíbles, fuera de lo normal. Demasiado guapas, demasiado buenas para mí. Me pregunto a mí mismo el porqué. ¿De verdad creo merecer ese amor?
No es así. Yo no tengo nada que ofrecerles a cambio de todo eso. No soy guapo, no tengo ninguna habilidad especial, soy soso, tímido e incluso puedo llegar a hacer daño. Está claro que no merezco un amor "perfecto".
Entonces. ¿qué merezco? ¿Alguien que me haga daño, que me rompa el corazón? No, no es eso. No merezco lo peor, desde luego, pero lo mejor tampoco. 
Realmente no tengo claro lo que merezco en el amor. No sé si es egoísta incluso por mi parte pensar que merezca algún tipo de amor, pero supongo que, en general, todo ser humano tiene el derecho a ser amado.
Creo merecer el amor correspondido, sin celos. El amor libre. respetado y apasionado. El amor que esté al alcance de mi persona y no uno que se eleve por encima de ella. Un amor que acepte y se deje aceptar.

Recortes

Esta entrada no la ha escrito A., no es de mi seudónimo. Estos "recortes" son rendijas hacia mi libreta personal, trozos de lo que escribí hará unas horas y no sé por qué, pero pensé que su lugar no era esa libreta que al fin y al cabo nadie más que yo lee, que esto debía estar aquí, porque es este su lugar y no otro.

Esta página no puede empezar de otra forma, aunque han pasado muchas cosas desde la última vez que escribí en la libreta "Hoy soñé con ella por primera vez". Hay una gruesa niebla que hace sombra al resto de cosas.
[...]pues mis sentimientos aún siguen vivos, ardiendo con fuerza. Ni siquiera se han reducido a cenizas o a simple humo.
[...]todo estaba bien, todo iba bien. Pero, si es así no entiendo el porqué[...]Bueno, "sencillamente". Obviamente estoy destrozado. A ratos lo llevo mejor, pero otros se me viene todo encima, me oprime, me cuesta respirar y rompo en lágrimas.
Aún, a veces, me cuesta creerlo. Es como si fuese un mal sueño pero es real.
[...]Todo fue genial. Fue mi tregua, mi femme fatale.
Ella es libre,[...]y cuando cree que puede quedar así echa a volar.
[...]Y, por eso no tiene miedo a saltar sin mirar[...]como en un bucle.
Me ha dejado miles de cosas buenas, de cosas increíbles, me ha enriquecido. Pero, también ha abierto una gran herida que tardará mucho tiempo en cerrarse. Pero lo hará, inevitablemente.
Al menos sé que puedo tenerla como amiga, [...]
Todo el mundo sabe que tarde o temprano el sol sale entre las nubes, que la tormenta para y que la lluvia cesa. Pero hay que ser paciente hasta que ese momento llegue al fin.
La quiero, quizás en uno de los tantos significados e intensidades de la palabra, pero la quiero.
[...]para bien o para mal a mí me quedan demasiadas ventanas por las que ver mundo.
Escribir, lo necesito tanto como un abrazo. Quizás escribir sea lo único que me reconforta algo, quizás sea mi vía de escape, lo que me salva.
[...] ¿A qué ha venido?
Para terminar diré: gracias.
Yeray.



Diciembre

Y ahí sigue sin ser visitado por el dios del sueño otro día, otra noche más. Continúa con la mirada clavada en el techo, la luz apagada, arropado, con frío. El frío no viene de fuera, viene de su interior.
La almohada está húmeda. Los ojos rojos. El alma...¿dónde está?
Echa de menos. Sabe que es inútil. Es, incluso, estúpido. 
No se atreve a mover esos objetos que eran de ambos. Quiere destruirlos.
Fue idiota, imbécil. No supo jugar como debía y apostó demasiado. Acabó perdiendo y se quedó solo con la nada.
Culpable. El único de todos.
Pero sabe que lo volvería a hacer de las misma manera. Volvería a caer en las mismas trampas. Volvería a perder. Una y otra vez como en un bucle.
Tembloroso. Apagado. Ya no puede esconder lo que es.
Pensar mata, no la curiosidad como algunos afirman. Es pensar lo que te destruye. Pensar todo lo que te hubiese gustado hacer pero es que no hubo tiempo. Duró un batir de alas y se alejó a pasos de gigantes.
Irónico ese libro prestado casi al empezar. Fue como el beso de Judas de toda la historia. Era como si la condenase desde el inicio.
Desde allí, desde la cama, desde su rincón de culpa. Cuanto más mira al techo más parece que este baja. Que quiera aprisionarlo y aplastarlo. Que quiera hundirlo más. Que esté aliado.
Ni siquiera se ha atrevido a terminar el tarro de cristal lleno de estrellas. No ha tenido fuerzas. Y las estrellas está derramadas por la mesa.
Es difícil explicar realmente cómo se siente. Adjetivos como: destruido, quemado, frío, muerto o apagado, no son suficiente.
El trébol de cuatro hojas se marchitó. 
De haberlo sabido, hubiese hecho algo para al menos tener un buen motivo. Pero miento al decir que no lo sabía, se veía venir. Pero la sola idea de verlo venir hacía que se paralizase. Y, una vez que llegó el soplo de aire gélido, sacó fuerzas para no tiritar hasta que estuvo lejos. Sacó fuerzas que creía extinguidas hacía mucho. Sacó fuerzas del antiguo lobo de piedra, del lobo solitario que solía ser.
Ahora todo estaba a merced del tiempo. Al menos, había conseguido poder volver a escribir.

A.