Balada

Nos sentimos como humo. Subimos. Flotamos. Somos nada.
A veces tan solo tristes actores. Otras simples personas. El tiempo corre. No hay pausa.
"Gracias".
Una calada. Un beso. Algo que me haga sentir vivo. Correr riesgos. Adrenalina en vena. Idiotas. Jóvenes.
Una puerta se cierra. Tú decides. 
Sentimos poder con todo. Nos derrumbamos. Creemos ser maduros. Nos equivocamos. Somos imperfectos. Nos complementamos.
Humanos.

A.


Melodías

Cansado de la misma melodía decide cambiar de canción. Se arma de valor y da el paso. Al fin y al cabo esto es solo pasajero. Decide disfrutar y lo hace.
Vive ilusionado. Tiene miedo. Siente, siente como nunca. Sonríe y llora.
El mundo se le queda pequeño y tiene ganas de más. El camino es largo y aún no ve el final, pero no desespera, no echa a correr. Simplemente deambula sin rumbo pero siempre en línea recta.
Recordando la vieja y monótona melodía. Escuchando y disfrutando de la nueva.
La vida nos depara muchas cosas. Buenas. Malas. No importa, hay que pasar por todas ellas. Pero una cosa es segura: "hay que intentar que el tiempo que dure sea todo lo bueno que pueda llegar a ser".

A.


Historia de nadie

Un enredo de gotas desordenadas que caen una sobre otra humedeciendo el suelo.
Viento que sopla.
Pájaros en el aire.
Nubes grises. Furiosas.
Hierba mojada.
Luz amortiguada.
Carretera solitaria.
La línea amarilla que divide la vía a la mitad.
Se coloca justo allí. Sobre la recta. Hace juegos de equilibrio.
Él la mira. Sonríe, es preciosa.
Tropieza, pero encuentra apoyo entre sus brazos.
"Tonta". La besa.

 A.

Mañanas

Llovía. No cesaba. Parecía que la lluvia castigaba a los altos edificios de Nueva York. En uno de estos edificios había una chica vestida con una camiseta de hombre, el pelo salvaje y desordenado. Sostenía entre sus dos manos una taza con café en su interior. Lo olía, le gustaba aquel olor. Pero no tanto como el de la camiseta que llevaba puesta. Aquel perfume tan reconfortante e inconfundible.
Hacía solo unos minutos que se había marchado, pero ya lo echaba de menos. Deja la taza junto al tocador y escoge un vinilo entre toda la colección, su favorito. Enciende el tocadiscos y vuelve a coger la taza. Da un par de sorbos y mira por la ventana. Ve como la lluvia cae, como esas gotas se deslizan por el cristal. Desea estar ahí fuera.
Comienza a escucharse una suave melodía de jazz. Cierra sus ojos. Sonríe. Disfruta. Comienza a danzar por la habitación. Se sube a la cama y se imagina con él sosteniéndola entre sus fuertes brazos y bailando la danza prohibida de dos almas enamoradas. Le gusta. Se divierten.
El café se acaba. Añorar se está convirtiendo en algo asfixiante. Tras muchas noches de insomnio al fin lo había tenido junto a ella. Pero ahora todo había terminado y él ya o estaba allí.
En su mesa auxiliar un retrato de ambos del día en que se conocieron. Recordaba aquel día como si tan solo hubiese sido ayer. Aquel concierto de rock, aquel chico misterioso de mirada inquietante que la estaba tentando con sus labios. "Es el típico rockero" pensó aquel día. Sonríe. Qué estúpida había sido al juzgarlo tan rápido ya que no era para nada uno más.
No podía más. Coge las llaves y baja corriendo las escaleras. Sale a la calle y sus pies descalzos tocan la húmeda calle. Mira al cielo y deja que las lágrimas que brotan de él la mojen y le calen en la piel. No pierde mucho tiempo. Corre. La camisa se empapa, su pelo también. El deseo de volver a reencontrarse con él crece. Cruza el paso de cebra. Tan solo un par de manzanas más y llegará a su destino.
El mundo está de su parte, los semáforos se tornan verdes como cediéndole el paso. Alguien quiere que se produzca ese reencuentro. Ella lo sabe.
Llega a aquella casa casi sin aliento. Inconfundible. Con el número capicúa encima de la puerta. Llama a la puerta. No hay respuesta. Vuelve a llamar. Él abre y al verla estalla a reír. Abre sus brazos y la refugia en ellos mientras la besa. Tiene las manos llenas de pintura, el torso al descubierto y el pelo algo desordenado. Entran. Le pide que se seque y se cambie de ropa. Cuando entra en la habitación descubre un cuadro de ambos. Está recién pintado. "Iba a ser una sorpresa" le dice. Las pupilas de ella se dilatan. Le encanta. Se vuelve y lo besa. Sabe que cada día de su vida se levantará sabiendo que es él y no otro la persona que quiere a su lado por siempre.

Para Cova.


Tan solo otro día lluvioso

Sus venas se hinchan, dejan pasar el cárdeno líquido a través de sus delicadas y finas paredes. La respiración se torna corta. El aire no falta. Los pulmones no se quejan. Calla. Su rostro busca refugio entre sus brazos. Sus manos sujetan su cabeza a medida que se deslizan en dirección a su corto y oscuro pelo.
Se siente destruido. Vacío. Esa sensación lo reconforta.
Aventura una mano en el interior de su bolsillo derecho, pero le es difícil, sus vaqueros son muy ajustados. Finalmente alcanza la cajetilla. Coge un cigarro y lo prende. Con la primera calada cierras los ojos. Echa hacia atrás la cabeza. Su torso al descubierto no muestra señales de frío. Sus pies descalzos no tocan el suelo. Está flotando. Se deja llevar.
Otra calada. El humo asciende a la vez que su mente. Sus lágrimas ceden a la gravedad. Mojan sus labios. Está roto. Ya no sirve. Quizás nunca ha servido.
Sube la música.
Nota como todo se marcha. Una vez más. Parece que se ha acostumbrado a estar sentado en aquel lugar. Ve llegar a gente. También ve cómo se marcha. Los trenes van y vienen. Ruidosos. Llenos de olores, experiencias e historias. Historias que ya conoce. Cree estar acostumbrado. En el fondo necesita encontrar un tren hacia ninguna parte.
El cigarrillo se va consumiendo. El humo se funde con las grises nubes que traen lluvia. Olor a tierra mojada. Se apaga. Saca otra cerilla. No consigue encenderla.
Tira aquel pedazo de paz que queda en el suelo.
Salir de allí. Es todo lo que quiere. Corre. Corre. Continúa corriendo. Más rápido con cada paso. Cae al suelo. Rueda. Sonríe. La lluvia cae sobre su rostro. Ríe de nuevo.
¿Para qué pedir más? Disfrutar de la vida. Eso es lo que importa.

A.