Mañanas

Llovía. No cesaba. Parecía que la lluvia castigaba a los altos edificios de Nueva York. En uno de estos edificios había una chica vestida con una camiseta de hombre, el pelo salvaje y desordenado. Sostenía entre sus dos manos una taza con café en su interior. Lo olía, le gustaba aquel olor. Pero no tanto como el de la camiseta que llevaba puesta. Aquel perfume tan reconfortante e inconfundible.
Hacía solo unos minutos que se había marchado, pero ya lo echaba de menos. Deja la taza junto al tocador y escoge un vinilo entre toda la colección, su favorito. Enciende el tocadiscos y vuelve a coger la taza. Da un par de sorbos y mira por la ventana. Ve como la lluvia cae, como esas gotas se deslizan por el cristal. Desea estar ahí fuera.
Comienza a escucharse una suave melodía de jazz. Cierra sus ojos. Sonríe. Disfruta. Comienza a danzar por la habitación. Se sube a la cama y se imagina con él sosteniéndola entre sus fuertes brazos y bailando la danza prohibida de dos almas enamoradas. Le gusta. Se divierten.
El café se acaba. Añorar se está convirtiendo en algo asfixiante. Tras muchas noches de insomnio al fin lo había tenido junto a ella. Pero ahora todo había terminado y él ya o estaba allí.
En su mesa auxiliar un retrato de ambos del día en que se conocieron. Recordaba aquel día como si tan solo hubiese sido ayer. Aquel concierto de rock, aquel chico misterioso de mirada inquietante que la estaba tentando con sus labios. "Es el típico rockero" pensó aquel día. Sonríe. Qué estúpida había sido al juzgarlo tan rápido ya que no era para nada uno más.
No podía más. Coge las llaves y baja corriendo las escaleras. Sale a la calle y sus pies descalzos tocan la húmeda calle. Mira al cielo y deja que las lágrimas que brotan de él la mojen y le calen en la piel. No pierde mucho tiempo. Corre. La camisa se empapa, su pelo también. El deseo de volver a reencontrarse con él crece. Cruza el paso de cebra. Tan solo un par de manzanas más y llegará a su destino.
El mundo está de su parte, los semáforos se tornan verdes como cediéndole el paso. Alguien quiere que se produzca ese reencuentro. Ella lo sabe.
Llega a aquella casa casi sin aliento. Inconfundible. Con el número capicúa encima de la puerta. Llama a la puerta. No hay respuesta. Vuelve a llamar. Él abre y al verla estalla a reír. Abre sus brazos y la refugia en ellos mientras la besa. Tiene las manos llenas de pintura, el torso al descubierto y el pelo algo desordenado. Entran. Le pide que se seque y se cambie de ropa. Cuando entra en la habitación descubre un cuadro de ambos. Está recién pintado. "Iba a ser una sorpresa" le dice. Las pupilas de ella se dilatan. Le encanta. Se vuelve y lo besa. Sabe que cada día de su vida se levantará sabiendo que es él y no otro la persona que quiere a su lado por siempre.

Para Cova.