No hay vuelta atrás

Sabes que ya no hay vuelta atrás, has tomado las riendas de tu vida y has forjado tu personalidad. Te esfuerzas cada día por sobrevivir un poco más, pero es estúpido, es inútil.
Luchas por tus sueños e intentas alcanzarlos pero no das más, eres demasiado lento y el tren se escapa sin que puedas alcanzarlo por mucho que corras, tus zapatos se desgastan con el suelo y tus pies quedan descalzos para dar lugar a heridas que enseñan tu carne y de las que brota la sangre.
Entras en un túnel oscuro casi sin darte cuenta, por el camino has dejado los sentimientos y estás vacío, ya no ves el tren. Miras a tus lados y estás solo. Pero avanzas y sigues adelante en esa oscuridad pensando que quizás en algún momento vislumbres una luz.
Las personas que siempre te apoyaron se han ido, no te han seguido. Las oportunidades que perdiste por tu forma de ser tampoco volverán. Nadie se da cuenta del frío que hace en tu interior, ni tú mismo lo haces. Lloras, lloras pero por dentro.
Caes al suelo, te tiras de los pelos y gritas. Empiezas a coger arena y piedras y a lanzarlas como proyectiles en todas las direcciones. Acaban rebotando y cayendo sobre ti mismo y sangras y te haces nuevos golpes.
¿Cómo llegaste a este punto? Eres una persona que siempre lo dio todo por los demás, por tu familia, tus amigos, tus sueños, tus metas. Diste parte de tu alegría de tu vitalidad a personas que nunca te la devolvieron y por ello ahora no eres feliz.
Como de la nada un haz de luz penetra en tu corto campo de visión, te tapas los ojos. ¡Es la salida! Corres hacia la luz. Vas dejando un camino de lágrimas, sudor y sangre y se dibuja en tu boja una sonrisa tímida y desquiciada, como si fuese la sonrisa de un loco. A penas puedes mantenerte en pie y avanzas cayendo continuamente contra la pared. La luz se hace más grande, ya está cerca. Al fin.
Y entonces un sonido deja helada tu sangre, es el silbido de la locomotora de un tren. Dos segundos más tarde en el hueco en el que antes se hallaba tu cuerpo pasan millones de toneladas metálicas, cientos de ruedas y decenas de personas que en ningún momento parecen notar la presencia del que antes se aferraba a la vida gracias a un hilo roto y viejo.
El sentimiento de la presión de la gran máquina al pasar por tu pecho, los huesos que se rompen con cada rueda que pasa y la sangre, la poca que te quedaba en el cuerpo, se esparce por el lugar. Finalmente has llegado al final de tu camino. Ahora puedes descansar, ya no hay marcha atrás.
A.