Tan solo otro día lluvioso

Sus venas se hinchan, dejan pasar el cárdeno líquido a través de sus delicadas y finas paredes. La respiración se torna corta. El aire no falta. Los pulmones no se quejan. Calla. Su rostro busca refugio entre sus brazos. Sus manos sujetan su cabeza a medida que se deslizan en dirección a su corto y oscuro pelo.
Se siente destruido. Vacío. Esa sensación lo reconforta.
Aventura una mano en el interior de su bolsillo derecho, pero le es difícil, sus vaqueros son muy ajustados. Finalmente alcanza la cajetilla. Coge un cigarro y lo prende. Con la primera calada cierras los ojos. Echa hacia atrás la cabeza. Su torso al descubierto no muestra señales de frío. Sus pies descalzos no tocan el suelo. Está flotando. Se deja llevar.
Otra calada. El humo asciende a la vez que su mente. Sus lágrimas ceden a la gravedad. Mojan sus labios. Está roto. Ya no sirve. Quizás nunca ha servido.
Sube la música.
Nota como todo se marcha. Una vez más. Parece que se ha acostumbrado a estar sentado en aquel lugar. Ve llegar a gente. También ve cómo se marcha. Los trenes van y vienen. Ruidosos. Llenos de olores, experiencias e historias. Historias que ya conoce. Cree estar acostumbrado. En el fondo necesita encontrar un tren hacia ninguna parte.
El cigarrillo se va consumiendo. El humo se funde con las grises nubes que traen lluvia. Olor a tierra mojada. Se apaga. Saca otra cerilla. No consigue encenderla.
Tira aquel pedazo de paz que queda en el suelo.
Salir de allí. Es todo lo que quiere. Corre. Corre. Continúa corriendo. Más rápido con cada paso. Cae al suelo. Rueda. Sonríe. La lluvia cae sobre su rostro. Ríe de nuevo.
¿Para qué pedir más? Disfrutar de la vida. Eso es lo que importa.

A.