Profundidades

Miras al horizonte, lo buscas con la mirada. Aveces tienes que recorrer kilómetros para que se produzca el encuentro, otras tan solo mirar por tu ventana. El gran azul, esa enorme e infinita masa de agua. El mar.
Es viejo y sabio. Guarda enormes secretos en su interior. Ha sido testigo de historias, batallas y sucesos. Quizás, por eso, se encuentra siempre inquieto, se mueve de un lado para otro en un vaivén perpetuo.
Es un testigo inalterable del paso de la vida, del paso de los años, de lo que acontece tanto en él como en tierra firme. 
Arremete contra la costa con furia, con ferocidad. Pule con sus caricias las piedras y besa los acantilados. Se llena de espuma y se arremolina. Es un torrente vivo. No siempre ruidoso, a veces silenciosos. En ocasiones susurrante. El mejor de los directores de orquestas y las olas son su música.
Pasaría horas delante del mar. Desde que amanece y el sol sale a mi espalda iluminando poco a poco los acantilados, las aguas. Despertándose el mundo, las gaviotas y vislumbrando las primeras nubes. Hasta que el sol decide dar protagonismo a la luna y se esconde allá a lo lejos, se hunde en la inmensidad del mar y se pierde hasta el día siguiente. Cuando el cielo se torna anaranjado y las primeras luces se ven a lo lejos en las casitas del pueblo más cercano. Entonces asoma la luna y lo baña con su luz inerte, tétrica y a la vez preciosa. Entonces se vuelve aún más oscuro, aún más misterioso, todavía más llamativo.
¿Cuántas generaciones habrá visto pasar? Imagino a los fareros, a los pescadores y a sus hijos, sus nietos...El mar los conoce a todos, los ha visto crecer, enamorarse, llorar, adentrarse en lo desconocido de su extenso dominio. Los ha cuidado, les ha dado alimento, pero también a veces se ha llevado sus vidas como recordando que la voluntad de la naturaleza siempre prevalece sobre la de cualquier otro ser.
Somos agua, venimos de ella y el mar es, en cierto modo, nuestra casa.
A.

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