Tabú I

El día en que al final se encontrarían era sábado. Habían quedado en casa de ella. Sus padres no estaban. Decidieron fijar su cita a una hora temprana, de esta forma podrían disfrutar mucho más del día que tenían por delante.
Ella se había levantado pronto con una sonrisa dibujada en el rostro. Aquel rostro de dulces facciones que tanto había llamado la atención de A. Le había dicho que no tenía que preocuparse de nada, él lo tenía todo planeado. 
Sus ojos se llenan de júbilo al descubrir, tras correr las cortinas del ventanuco de su habitación, que hace un día espléndido. El sol brilla en lo alto y las nubes dibujan numerosas formas que dan rienda suelta a la imaginación sobre el lienzo azul que los envuelve a todos. Coge el libro que tiene en la segunda gaveta de la mesilla auxiliar, esa que hace ruido al ser abierta. Sale al balcón, la luz solar se filtra a través de las hojas de los rosales que decoran aquel espacio. Se sienta en una mecedora de mimbre y comienza a devorar las palabras de aquella novela. Las horas vuelan.
Mientras tanto, en la ciudad lindante suena el despertador de A. Lo apaga, pero se queda dormido. A los cinco minutos suena de nuevo. Había sido previsor. Se conocía bien. Se levanta trastabillando y se ancla al suelo. Se estira y bosteza. Tiene mucho trabajo por delante. Está ilusionado con el día que le espera. 
Llega a la cocina y comienza a disponer los ingredientes que necesitará en la elaboración del almuerzo que tiene pensado. Pone a cocer el arroz y mientras tanto se prepara una taza de café y lee el periódico.
El arroz ya está listo. Comienza la faena. Se refleja en el espejito del horno y ríe. Tiene unas pintas dignas de un circo. Pelo despeinado, pantalón largo de pijama y un delantal que cubre su torso desnudo. 
Pasan las horas en la cocina. Prepara sushi, ensalada y un postre italiano. Lo coloca todo en varios recipientes para poder transportarlo y una vez lo tiene dispuesto baja a la floristería de la equina. Compra una rosa. Solo una. No le gustan los ramos, los ve demasiado cargados.
Se arregla un poco. No muy formal, pero tampoco de diario. El perfume, que no falte. Sube a su moto y se pone en marcha.
Una hora más tarde el timbre interrumpe la lectura de ella. "Es él" se dice. "A. ya está aquí". Abre la puerta y efectivamente se trata de su querido A. Lo besa. Se separan y lo besa de nuevo.
-Esto es para ti - le dice mientras le tiende la rosa.
Ella la acerca tímidamente a su nariz y cierra los ojos. Es preciosa y huele de maravilla.
Les depara un día inolvidable por delante.

De A. para ti.