Realismo

Sentí el paso de las horas. Vi que me había hecho viejo. Ya no me distraía con las cosas de antes. Ya no imaginaba mundos paralelos llenos de seres maravillosos. No brillaba luz en mis ojos. había perdido la ilusión. ¿O quizás fue la esperanza?
Otro día más. Nublado. Gris. Oscuro. Otro día más que pasa sin que el mundo se detenga a pensar a dónde se dirige, cuál es su rumbo.
Desde la ventana del octavo piso allá abajo todo está ajetreado. Las figuras se desdibujan y parecen hormigas. Trabajan para vivir. No conocen otra cosa que la rutina. Los ha dejado como a mí.
El paso de los años. ¿Importa? ¿Realmente tiene alguna trascendencia? Los días se repiten. Uno tras otro. Monótonos. Nada intenso pasa, nada emocionante.
A la derecha, justo en el cruce. Dos personas se encuentras, se reconocen. Están obligadas a saludarse. protocolo no escrito. Sus sonrisas, falsas, se pueden ver casi desde mi posición. Más que verlas puedo sentirlas. Son frías. Están contagiadas por la hipocresía, por el relajo universal de los hombres.
El sonido del ascensor, fuera en el pasillo. La puerta que se abre. En ese momento las nubes permiten que el sol asome. Sus rayos penetran directos a mis ojos como si quisieran arrancármelos. No los necesito. Total, no hay nada que ver.
Idiota.
Es lo que soy. Es lo que eres. Te has identificado conmigo, quizás. Has visto que tengo razón, que todo es una mierda. Todo anda mal. No queda nada que nos pueda salvar. Pues te digo una cosa, estás equivocado.
Es la postura cómoda, fácil, sencilla de todo aquel que ha abandonado la lucha, que no ve más que los días grises. Que piensa que, efectivamente, el sol es una molestia y que solo está ahí para intentar hacer daño. Que ese haz de luz proyectado desde el celo que se abre paso entre la enorme masa uniforme, aburrida y sin vida no es más que un intruso.
Me levanto. Abro la ventana y lo dejo entrar. Dejo que incida sobre mi piel y que me arrope con su calor.
El sonido de unas llaves, se abre la puerta. Ya está de vuelta, mi pequeña. Me sonríe y le sonrío. Nos miramos, nos comprendemos. Ambos nos hemos cansado alguna vez, pero incluso ahora, a nuestra edad, seguimos teniendo fuerzas para tomar aire y continuar. Para levantarnos cuando tropezamos. Para ver el mundo desde una perspectiva mejor y para transmitir este mensaje a todo aquel que vea una mancha que nubla su visión y le contamina el alma.

A.