A veces nos asaltan miles de dudas

  A veces nos asaltan miles de dudas, que en realidad, siendo sinceros, quizás no lleguen ni a la decena. Sin embargo, tienen la capacidad suficiente para mantenernos aislados, nos consumen cada gramo de atención, si es que es ésta la unidad en la que se mide, y llega incluso a robarnos el sueño gota a gota.
  A veces, quizás no en numerosas ocasiones, pero sí las suficientes, nos abordan los pensamientos, que por no venir solos, los acompañan las reflexiones, de la mano. Lo habitual es pasarnos inmersos en un estado de enajenación parcial, o total en alguno de los casos más agudos, días, incluso, de vez en cuando, podemos estar en dicho estado años.
  Asaltan nuestras mentes ideas o preguntas. ¿A dónde van a morir las cosas? ¿Dónde empieza o dónde acaba todo? ¿Y el amor, qué es de éste cuando aparentemente ha muerto? …
  La lógica nos dice, muchas veces sabia, que esta clase de interrogantes se nos muestran cuando atravesamos ciertas situaciones a lo largo del camino de nuestras vidas. Quizás ésta sea una gran mentira, o una mentira pequeña que ha ido creciendo conforme nosotros “avanzamos” y nuestra percepción de las cosas va cambiando. Lo cierto es que incluso hay quien se plantea estas cuestiones sin que previamente haya habido un detonante aparente y, puntualizo, es este último mi caso.
  Cuando creo, pobre de mí, haber llegado a una conclusión lo suficientemente satisfactoria y sonrío, victorioso, no pasan ni dos horas para llegar a ser consciente de que, una vez más, me he precipitado o he errado en mis conclusiones y que, seguramente, mi enigma no tenga una respuesta, al menos aún no he llegado a ella.
  En el momento en el que me planteé escribir lo que en estas líneas se refleja sin lugar a dudas tenía una respuesta que, para qué negarlo, me complacía y me parecía apropiada. Mi intención siempre fue escribir sobre ello, sobre cómo llegué a mis conclusiones. Eso fue hace unos días y hoy, cuando me senté delante del teclado y comencé a redactar tuve que parar a las tres o cuatro primeras líneas y, como no podría haber ocurrido de otra forma, reformular, incluso, mis intenciones. Todo eso a lo que había llegado de pronto se tornó un oasis en el desierto, por supuesto ilusorio, que ya no me iba a quitar la sed. Lo reconozco, me quedé estupefacto, incluso me tomó un tiempo volver a decidirme y proseguir, o mejor dicho, recomenzar a escribir este texto.

  Es asombroso, a veces creemos que podemos brillar más que el Sol, que tenemos las respuestas de los grandes enigmas de la humanidad, pero la verdad es que hay pocas cosas que tengan la habilidad de brillar más que una estrella, es difícil, pero aún más cuando es de noche.


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